Gratitud
Me operaron del pie izquierdo el mismo día de Halloween. Esto no tendría nada de especial de no ser porque me he sometido a más de doce cirugías hasta ahora para intentar aliviar ese dolor, esperando poder estabilizar por fin el movimiento de un pie que ha sufrido varios traumas a lo largo de mi vida.
Todo empezó con el ballet hace años. Tengo pies planos, por lo que el riguroso entrenamiento del ballet, además de las clases de tenis, las rutinas de trotar y, posteriormente, los tacones muy altos —“zapatacones”, como les llamaban entonces en Puerto Rico y que usaba para intentar ocultar mi estatura de 1.52 m— ejercieron en conjunto una enorme presión sobre ambos pies.
Pero en lo que respecta a mi pie izquierdo, la gota que derramó el vaso fue una caída en Toledo, España. Como parte de un grupo turístico, visitaba entonces el Museo del Greco, espacio donde se exhibe la obra del prodigioso pintor griego. Sin más, me quedé fascinada por la belleza de su obra maestra, “El entierro del conde de Orgaz”. Absorta, me olvidé incluso del autobús donde viajábamos, y al darme cuenta de que habían dado ya la última llamada para abordarlo, corrí y corrí hasta que, de repente, mi talón izquierdo se atoró en los adoquines que cubren esas calles ancestrales. Con un impulso de catapulta, logré llegar al autobús, aunque con fractura de algunos huesos, lesión a la que no le di mayor importancia. Tenía 17 años de edad.
Desde entonces, me he sometido a varias cirugías para estabilizar mi pie, pero sin abandonar en ningún momento mi incesante y energético estilo de vida neoyorquino, siempre con tacones altos, desde luego. Mis actividades extracurriculares incluían sin falta trotar, senderismo de montaña, paseos por las calles de Manhattan, y en el colmo, comencé a tomar clases de tango hace dos años.
Pero el ajetreo y la palpitante vida cotidiana, me pasaron finalmente la factura. En el verano de este año, difícilmente podía ya caminar, y mucho menos bailar. Mi podólogo me había advertido que una nueva operación sería la única manera de salvar mi pie. Pero no fue sino hasta mi reciente viaje a Roma cuando me convencí de que necesitaba ayuda de urgencia: cojeaba y tenía un dolor insoportable.
De vuelta en Nueva York, cancelé mis vacaciones y trabajé las veinticuatro horas de los siete días de la semana para organizar mis deberes con antelación a la operación, pues sabía que iba a estar incapacitada durante un tiempo. Mi cirujano estaba listo, yo estaba lista.
Lo que no esperaba, y no estaba lista para ello, fueron las desbordadas muestras de amor y generosidad y de buenos deseos de parte de mi familia extendida. Mi “hermana” Regina Tejada cocinó y congeló deliciosos platillos para tres semanas, de modo que estuviera yo bien alimentada durante mi convalecencia. Mi auxiliar doméstica, Altagracia Simo, estuvo dispuesta a hacer hasta lo imposible para cuidarme. Asimismo, colegas, amigos y conocidos de todas partes me llamaban, enviaban mensajes y se ofrecían a visitarme para atenderme. No soy una creyente de las religiones organizadas, pero sí creo en la gratitud y en el amor.
He aprendido a amar y a confiar, a pesar de una difícil niñez que delineó la mayor parte de mi vida adulta. Siempre se me dificultó aceptar el amor, hasta hace poco. Esta transformación requirió décadas para ser posible; tener fe y confianza en los demás no es tarea fácil, sobre todo para quien no aprendió esos valores durante la infancia. Aceptar y entregarme al amor sin reservas ha sido igual de desafiante.
Pero aquí estoy, con una pierna en el aire, escribiendo y deseando estar de vuelta en la oficina en los próximos días, aunque sea con muletas, poco importa porque extraño más mi trabajo y a mis colegas.
Deseo agradecerles a todas las personas que amo, las mismas que han hecho de este mundo un mejor lugar para vivir. Estoy segura de que muy pronto volveré a caminar ¡y hasta bailar tango de nuevo!
La palabra gratitud se deriva del vocablo latino gratia, que significa “gracia” o “virtud”, cualidad que se requiere para reconocer las gracias recibidas por medio del “agradecimiento”. Estoy más que agradecida por todos sus mensajes de ánimo y entusiasmo. Me han sido de gran ayuda en este período de sanación.
Estaré eternamente agradecida con mi cirujano, el Dr. Stewart Katchis, quien ha permanecido a mi lado sin reservas, así como con todos mis seres queridos por haber hecho mejores estos días desafiantes con sus exquisitos y positivos mensajes. Vaya desde aquí mi gratitud cotidiana a mis maestros y maestras por haberme guiado con sabiduría y paciencia para convertirme en una mejor persona.